Por el Grupo de Trabajadores del CESE

La competitividad sostenible puede sonar a la última ocurrencia de Bruselas. Nada más lejos de la realidad: en general, la competitividad se considera la insignia de los empleadores, que abogan por entornos empresariales favorables en los que las empresas puedan prosperar. Huelga decir que los trabajadores comparten en gran medida ese objetivo de contar con empresas prósperas.

¿Qué tiene esto que ver con lo sostenible? Una ventaja competitiva puede obtenerse de muchas maneras diferentes. Una empresa puede ser más eficiente, innovar en sus métodos de producción, ayudar a desarrollar mejores tecnologías, formar y mejorar las condiciones de su personal o puede superar a sus competidores aprovechando lagunas normativas, contaminando el medioambiente o buscando formas de pagar menos a sus empleados (quizás le suene la economía de plataformas).

Por eso la competitividad sostenible es una prioridad importante para los trabajadores y la ciudadanía en general: garantiza que la competitividad sea un proceso que mejore la sociedad, y no una competición a la baja. Es mejor para todos a largo plazo, ya que, por el momento, todos necesitamos un planeta. También va en interés de los empresarios: no solo les aporta estabilidad ambiental y social, sino que estimula la competencia leal y respeta el trabajo de las empresas honradas.