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Ha ocurrido lo inimaginable. Todo ha cambiado de repente y nada parece ser como antes. Estamos viviendo en circunstancias excepcionales y hemos de mostrar resiliencia para ofrecer una respuesta adecuada y regresar con fuerza.

No sé qué es lo que más echo de menos. Siendo egoístas, tenemos la impresión de que nos falta de todo: la libertad, los bienes, los servicios, la movilidad, la amistad, el afecto, los abrazos..., la lista es interminable. Lo teníamos todo y lo ignorábamos. Hemos de aprender de este desafío.

En poco más de cuatro décadas de vida nunca antes había experimentado nada por el estilo.

Se trata sin duda de un tipo distinto de «guerra». Como dijo un poeta portugués, «es una guerra donde las armas son los abrazos», refiriéndose al hecho de que no podemos tocarnos sin riesgo de contagio. Es una triste ironía que una muestra de afecto pueda, literalmente, matarnos.

En 1755, un gran terremoto destruyó casi por completo la ciudad de Lisboa. Fue entonces cuando el Marqués de Pombal, a la sazón ministro del reino, pronunció su famoso comentario: «Hemos de enterrar a los muertos y cuidar a los vivos». Aunque pueda resultar demasiado insensible para los cánones de hoy en día, esta afirmación nos lleva a pensar que hemos de seguir adelante con nuestras vidas y hacer frente con coraje a este desafío —al que, así lo pensamos, no hemos contribuido en absoluto— incluso en un estado de desesperación.

Pero de lo que quiero hablar ahora es de la respuesta. Tras dos meses de sufrimiento y confinamiento, tras semanas de incertidumbre y dolor, ha llegado el momento de ocuparse de los vivos y de intentar reconstruir la sociedad, la economía, Europa y el mundo.

Y, atendiendo a todo ello, extraigamos las lecciones correctas y empecemos de nuevo.

Son muchos quienes, como yo, no dejarán pasar nunca más la oportunidad de abrazar a alguien o de decirle cuánto lo echan de menos. Yo intentaré no causarle decepción a nadie en el futuro. Son, todas ellas, buenas intenciones;

pero, en un plano más realista, nadie estaba preparado, ni podía estarlo, para algo así. ¿Cómo podemos remediar esta situación? ¿Cómo podemos reconstruir la sociedad y la economía que la sostiene?

Todos tenemos que dar una rápida respuesta a estas preguntas ateniéndonos a los principios europeos de solidaridad.

De hecho, si nos paramos a pensar en lo que se nos ha arrebatado, esto sería el mercado único europeo. Creo que es una comparación con todo el sentido: nos han dejado súbitamente sin una red, sin una vida. Confinados allí donde vivimos, todos hemos sido desposeídos de la libertad y de la libre circulación de bienes, servicios y personas, y nadie ha disfrutado de ello.

Esto es también lo que hace de mí un europeísta incondicional. El mercado único nos aporta libertad, crecimiento, libre circulación y solidaridad. No permitamos que la pandemia nos prive de un futuro mejor. Defendamos una Europa libre y solidaria. Avancemos juntos hacia un futuro mejor en el que podamos abrazar a quienes más queremos y cuidar de todos los demás.

Mi marido y yo hemos vivido el confinamiento en casa, con gran serenidad. Mi marido forma parte de un grupo de riesgo, por lo que hemos tomado todas las precauciones necesarias.

Desde el principio de la pandemia nos pusimos mascarilla y guantes y siempre mantuvimos la distancia de seguridad. Queríamos evitar correr grandes riesgos, pero también velar por el interés general y el de los profesionales sanitarios y trabajadores de primera línea.

En cuanto a la situación en Bélgica, está claro que no estábamos preparados. Hubo falta de transparencia, algo que deberá analizarse más adelante, pero también faltaron mascarillas, pruebas para la población, etc. No sé lo que ocurre en otros países, solo sabemos lo que publican los medios de comunicación, pero en Bélgica la situación es especialmente difícil en las residencia de ancianos. Una vez superada la crisis, habrá que realizar investigaciones parlamentarias para determinar el origen de este problema.

Durante la pandemia, el papel de la sociedad civil sigue siendo esencial: está ahí para controlar la democracia. En Bélgica, a nivel operativo, las personas que han perdido su empleo se encuentran en una situación de desempleo temporal, con un sistema de prestaciones ya de por sí debilitado por las medidas de austeridad impuestas por la Unión Europea. Durante la pandemia, hemos sido testigos de la solidaridad entre los ciudadanos, pero no entre los Estados miembros de la Unión Europea.

La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de nuestro sistema Debemos verla como una oportunidad para avanzar hacia un sistema más respetuoso con los seres humanos, los derechos sociales y el medio ambiente.

Estoy en mi casa de campo frente al mar. Dispongo de una buena conexión a internet pese a encontrarme en una localidad rural aislada. Cada mañana tengo la suerte de andar por la costa, mirando al mar, sabiendo que la tierra firme más cercana al otro lado del Atlántico es Nueva York, a más de 5 000 kilómetros de distancia. Considero mi confort todo un privilegio.

Puedo transformar por arte de magia el aire fresco de la mañana en un cálido abrazo. Todo es relativo. Nado un poco entre las olas encrespadas y saladas del Atlántico y cuando salgo corriendo del mar siento bajo mis pies el calor de la arena y de los cantos. Los extremos se tocan y me cuesta distinguir entre quemarme y helarme.

Entre semana me pregunto por qué no tengo más tiempo libre. De la noche a la mañana abandoné mi horario habitual y ya no dedico horas a viajes y desplazamientos a mi lugar de trabajo. Constato que he colmado ese tiempo reduciendo mi ritmo. Me doy cuenta de que muchos de mis interlocutores por internet reconocen las terribles restricciones y consecuencias del virus, pero confiesan apreciar su situación personal.

En el gran clásico de Saint-Exupéry, el Principito nos recuerda que los adultos son incapaces de percibir lo que realmente importa en la vida. Quizás este confinamiento, esta pausa en nuestras vidas habitualmente frenéticas, nos brinde la oportunidad de reconsiderar lo que es importante y lo que no. Cada crisis libra una lección y una oportunidad para recomenzar.

Me sumerjo en mi jornada, dedicándome al desarrollo sostenible, la economía circular y la recuperación verde. Confío en que hayamos modificado colectivamente nuestra percepción. Ahora sabemos qué empleos y qué personas son trabajadores esenciales. Es interesante constatar cuánto los apreciamos ahora y cómo no solíamos hacerlo antes. Resulta esperanzador ver que como especie humana podemos colaborar, adoptando un comportamiento colectivo en aras del bien común. Juntos estamos actuando a nuestra costa para proteger la vida de personas de otros colectivos vulnerables.

También comprobamos las tristes consecuencias de ignorar las pruebas disponibles y de postergar la acción

Me acuesto temprano y duermo apaciblemente. 

Cuando el 13 de marzo —viernes, para más señas— nuestro Gobierno decidió cerrar el país a partir del lunes 16, la atmósfera en Viena cambió por completo: caminar por los lugares habituales esos últimos días producía una sensación extraña, y todo el mundo miraba con desconfianza a los demás.

Mi trabajo cambió de manera drástica con el confinamiento: los interlocutores sociales austriacos habían negociado rápidamente un nuevo régimen de reducción del tiempo de trabajo para la crisis de la COVID, que desencadenó una avalancha de consultas por parte de las empresas. Como soy especialista en asuntos sociales europeos, me encontré de repente respondiendo a preguntas complejas sobre los procedimientos de reducción de jornada en Austria.

Era consciente de que mi respuesta contribuiría a que una empresa decidiera si valía la pena trabajar a jornada reducida o si el régimen no le resultaba viable y tenía que despedir a los trabajadores inmediatamente, lo que me provocó algunas noches de insomnio.

Pensé mucho en los empresarios, que se verían obligados a tomar decisiones difíciles, y en sus trabajadores, que temían por sus puestos de trabajo. Pensé en los padres con hijos en las escuelas primarias, que iban a tener que reemplazar a los profesores durante semanas, y en las familias que no disponían del equipo técnico necesario para la escolarización en casa. Pensé en las personas que viven solas y que no tienen a nadie para compartir sus miedos. Y sentí pena por mi hija adolescente, que echaba de menos salir con sus amigos.

Trabajar desde casa no es nada nuevo para mí, que he estado teletrabajando muchos años, pero me di cuenta de que mucha gente tenía problemas para trabajar desde su domicilio, por falta del equipo adecuado, de espacio, de tranquilidad o del contacto con sus colegas.

¿Cambiará la COVID-19 nuestras vidas a largo plazo? No lo sé, pero por mi parte puedo decir que hay unas cuantas lecciones que he aprendido:

1. trabajar desde el domicilio particular es tan productivo como trabajar en la oficina;
2. una reunión de tres horas en Bruselas también puede celebrarse en línea;
3. vivir con los seres queridos es una bendición, y más aún en tiempos de confinamiento;
4. las reuniones por Skype son un pobre sustituto para hablar con tus padres y tus amigos: poder reunirse con ellos en persona no tiene precio.

Al regresar de Bruselas el 11 de marzo de 2020, no podía imaginar que iba a vivir una situación verdaderamente extraordinaria.

Todo comenzó con una recomendación estricta del EODY (Organismo Griego de Salud Pública): quienes regresaran del extranjero debían permanecer en cuarentena en su casa durante catorce días.

En un principio me dije a mí mismo que, durante toda mi vida, había salido indemne de muchas situaciones delicadas; no obstante, en esta ocasión, bajo la afectuosa presión de mi esposa e hijos, pero también por un espíritu de civismo para con los demás, cancelé todas las actividades que tenía previstas para las dos semanas siguientes al 11 de marzo. 

Entretanto, el coronavirus causaba estragos en Lombardía, mientras que en otros países, entre ellos Bélgica, Francia y España, empezaban a comunicarse las primeras víctimas.

En Grecia, el Gobierno anunció un confinamiento general a partir del 16 de marzo. Así que quedé atrapado en casa, al igual que otros 10,5 millones de ciudadanos, mientras que los trabajadores del sector sanitario luchaban sin cuartel para atender a las personas afectadas por el coronavirus.

La promulgación de las medidas de confinamiento, que han sido respetadas por prácticamente toda la ciudadanía, ha dado resultados muy satisfactorios, ya que Grecia se encuentra entre los países que mejor han hecho frente a esta crisis sanitaria.

Por su lado, la crisis económica y social que ya se está gestando es harina de otro costal, dado que todas las actividades económicas y productivas se han paralizado por completo: incluso si el 3 de mayo empezó a retomarse la actividad de manera muy parcial, los trabajadores y las empresas del sector turístico son las grandes víctimas de esta crisis.

Los filósofos de la antigua Grecia decían que no hay mal que por bien no venga (ουδέν κακόν αμιγές καλού) y esta máxima se ha confirmado en mi caso. Jamás en mi vida adulta había disfrutado tanto tiempo de las dulzuras de la vida familiar, y he podido leer algunos de los libros de la gran pila que va acumulándose para cuando me retire de las actividades socioeconómicas.

Con la ayuda de mi esposa, he hecho todo tipo de reparaciones y trabajos de pintura en casa, algunos de los cuales tendrá que revisarlos un profesional cuando se levanten las medidas de confinamiento. Cuidé de mis olivos y tuve mucho tiempo para meditar sobre la situación.

En resumen, como se habrán dado cuenta, el confinamiento no ha sido una desgracia para mí, pero ello no me ha impedido pensar en todos aquellos que han de permanecer confinados en apartamentos, grandes o pequeños, de los que solo pueden salir para comprar provisiones o dar un pequeño paseo con una autorización solicitada por SMS. Ni pensar en todas las personas que han perdido a sus seres queridos en Grecia o en cualquier otro lugar. Ni pensar en las trabajadoras y los trabajadores que han perdido su puesto de trabajo y carecen de los recursos necesarios para sobrevivir. 

Por lo general, en una sociedad cohesionada y en una Unión cuya solidaridad constituye uno de sus fundamentos, las víctimas de esta pandemia deberían poder contar con la solidaridad, pero de hecho la práctica no se corresponde totalmente con la teoría.

Los países que son —o que se creen— fuertes desde el punto de vista económico y financiero han rechazado la idea de emitir «eurobonos», que hubieran constituido una respuesta eficaz a la crisis así como un planteamiento acorde con la filosofía que subyace a los Tratados europeos.

Con todo, cabe señalar que la Comisión Europea ha reaccionado mucho más rápidamente ante la pandemia y la consiguiente crisis sanitaria y económica que en 2009 frente a la crisis financiera, que causó el empobrecimiento de decenas de millones de personas.

Esperemos y, sobre todo, actuemos —cada uno en su propio ámbito— para que todos y, en particular, los responsables políticos al más alto nivel, puedan aprender las lecciones de esta pandemia. Para poner fin al despilfarro de recursos naturales, que pone en peligro el futuro de nuestros hijos. Para asegurarnos de que las personas que se hallaban en una situación desfavorable antes de la pandemia no se encuentren aún más necesitados después de la crisis económica que seguirá.

¡Para darse cuenta de que nadie está a salvo de una desgracia!

Para darse cuenta de que, solos, por muy fuertes que seamos, no somos gran cosa ante los peligros futuros y de que, juntos, seremos lo suficientemente fuertes para afrontar con éxito seguro todas las situaciones que puedan poner en peligro nuestra salud y nuestra existencia.

El coronavirus es uno de los mayores desafíos que ha tenido que afrontar la Unión Europea. La propagación del virus afecta, y afectará a las economías de los Estados miembros de la UE, planteando graves amenazas no solo para las empresas y el empleo, sino también para los consumidores, lo que ha impulsado a los gobiernos a tomar medidas excepcionales para proteger a los ciudadanos.

Cuando aparecieron los primeros casos positivos de COVID-19 en el país, el gobierno letón actuó con rapidez y adoptó medidas a gran escala para contener la propagación del virus. Los letones no tuvieron que enfrentarse a estrictas medidas de confinamiento como en otros países de la UE, pero sí respetaron escrupulosamente las medidas generales de seguridad, como mantener el distanciamiento social, realizar las operaciones de desinfección, cerrar los centros comerciales los fines de semana y los días festivos, mantener una distancia de dos metros para los contactos sociales y las reuniones tanto dentro de los edificios como fuera de ellos, etc.

En una entrevista publicada en The Telegraph, el primer ministro Karins explicó cómo logró un equilibrio entre «mantener a las personas sanas» y «hacer el menor daño posible» a la economía.

Todavía debemos ser prudentes, ya que el número de casos de infección por coronavirus en Europa sigue siendo alto y que mientras no haya una inmunidad general nos arriesgamos a ver un repunte del brote. Además, mientras existan focos de actividad del virus corremos el riesgo de que vuelva a propagarse. Es imposible prever cuánto tiempo habremos de mantener las medidas de seguridad, pero lo que está claro es que la situación que estamos viviendo afecta a la salud mental y psicológica y a la actitud de las personas.

Las organizaciones de consumidores de la sociedad civil ya han indicado que los comportamientos de los consumidores y los hábitos de compra están cambiando. Se vive de forma diferente, se compra de forma diferente y, en muchos sentidos, se piensa de forma diferente. Los consumidores están profundamente preocupados por las repercusiones de la COVID-19, tanto sanitarias como económicas, por lo que tienden a concentrarse en sus necesidades más básicas.

Compran de manera más consciente; por una parte optan por productos locales y, por otra, recurren al comercio electrónico. El panorama del comercio está cambiando, y cada vez es mayor la oferta en línea. Muchas de estas nuevas modalidades permanecerán, incluso después de la pandemia de COVID-19. Por lo tanto, las organizaciones de consumidores de la sociedad civil deben analizar y comprender estas nuevas realidades y tendencias y ofrecer a los ciudadanos una protección adecuada.

Reforzar la confianza de los consumidores sigue siendo una piedra angular del mercado del comercio electrónico. La divulgación de información, la protección de los pagos, la seguridad de los productos, la resolución de litigios, la aplicación de la ley y la educación son solo algunos de los temas sobre los que las organizaciones de consumidores continuarán trabajando y siguiendo de cerca.

La asociación nacional letona para la protección de los consumidores mantiene su compromiso de apoyar a los gobiernos y municipios en la adopción de medidas para proteger a los consumidores vulnerables contra la COVID-19. Mientras dure esta crisis, lo que necesitamos es solidaridad y coordinación con las organizaciones de la sociedad civil.

Junto a los esfuerzos de las organizaciones nacionales de la sociedad civil necesitaremos, una vez finalizado el brote de COVID-19, un CESE fuerte y estable cuyos miembros estén bien informados y dispuestos a trabajar para representar plenamente los intereses de estas organizaciones.

Juntos representamos la sociedad civil a nivel de la Unión Europea. El confinamiento no nos impide trabajar activamente para garantizar que se escuche la voz de la sociedad civil organizada. Unidos conjugamos nuestras fuerzas mientras procuramos recuperar el control de nuestras vidas. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para conseguirlo. El brote de coronavirus tendrá graves consecuencias para nuestra sociedad. Ningún gobierno puede plantearse resolver una crisis de esta magnitud por sí mismo.

Hacemos un llamamiento para que la UE emprenda acciones rápidas, contundentes y eficaces. Necesitamos urgentemente medidas excepcionales y velar por la coherencia de las políticas. Tenemos que hacer cuanto sea necesario para capacitar y apoyar a nuestros ciudadanos y animarlos a perseverar en todos los esfuerzos que han realizado para salvaguardar el interés público y el principio de humanidad a escala europea y nacional. Ahora, o somos una Unión o no somos nada.