Entrevista a Giuseppe Guerini

Señor Guerini, ¿cómo está viviendo estas difíciles jornadas?

Siento una presión enorme tanto desde el punto de vista de la tensión laboral como desde el plano personal y emotivo. Vivo en Bérgamo, en el epicentro de la epidemia italiana, y la sensación de estar abrumados y superados por el sufrimiento y el gran número de personas fallecidas nos oprime y genera un sentimiento de ansiedad e impotencia permanentes. Todos contamos con amigos, compañeros o conocidos victimas del virus, tanto entre los que han desaparecido como entre los que luchan en las unidades de cuidados intensivos.

 

Como presidente de una asociación de cooperativas, ¿cómo se trabaja en primera línea?

Desde el punto de vista de la función que ejerzo, debo afrontar en primera persona las numerosas emergencias que las cooperativas, a las que represento, han debido gestionar desde el pasado 23 de febrero, cuando comprendimos que el virus se estaba propagando y tuvimos que tomar decisiones en un ambiente de gran incertidumbre sobre el comportamiento que se debía adoptar respecto de los numerosos servicios que gestionamos. Nuestras cooperativas en Bérgamo cuentan con más de 9 000 trabajadores en servicios sociales y sanitarios, y gestionan servicios de asistencia y atención domiciliaria, residencias y centros de atención diurna para personas mayores y con discapacidad. En algunos casos decidimos cerrar, pero a continuación recibimos las amenazas de las autoridades locales, que querían la continuidad de los servicios. Fueron horas de una enorme tensión. Después, en los días y semanas siguientes, la tensión y la ansiedad no dejaron de aumentar: la terrible y frenética carrera con el fin de recuperar los equipos de protección para nuestros trabajadores y trabajadores, junto con la preocupación por garantizar la continuidad de algunos servicios de atención y asistencia, con escasez de medios e instrumentos, y el temor de que los operadores y los usuarios pudieran enfermar. Un temor que, por desgracia, sobre todo en las residencias para personas mayores, se ha demostrado que era dramáticamente real y fundado. 

 

Entonces, ¿las cooperativas han seguido estando operativas o algunas se han visto obligadas a suspender sus actividades?

En realidad, además de lo ya señalado, también tuvimos que ocuparnos de las numerosas actividades que debieron interrumpirse gradualmente: primero fueron las escuelas y las actividades educativas, seguidas poco a poco por otros sectores que también tuvieron que cerrar. Por tanto, nos encontramos con más de 180 cooperativas que han tenido que activar «amortiguadores sociales» para unas 2 500 personas y que ahora corren un claro riesgo de no poder retomar sus actividades: en los sectores turístico y cultural, la crisis se presenta devastadora. Y en el mismo caso se hallan las cooperativas de transformación de los productos agrícolas y las manufactureras. En consecuencia, como presidente de una asociación de cooperativas, tengo que hacer frente, por un lado, a la crisis de los que se encuentran desbordados por una carga de trabajo enorme en el sector de la asistencia y de los servicios esenciales, además de verse muy expuestos a los riesgos de contagio, y, por el otro, al miedo y la tensión de los que no tienen trabajo.

 

En la respuesta a la crisis provocada por el coronavirus, ¿qué ha funcionado?

Al menos en nuestro caso, lo que ha funcionado es el gran impulso de solidaridad y la fuerte capacidad de reacción de las comunidades locales, las asociaciones de voluntarios y todos los componentes de las organizaciones sociales, que se han esforzado de manera extraordinaria, tanto para recoger donaciones como para poner en práctica las actividades. La abnegación de los trabajadores sociales y sanitarios ha sido asombrosa. No solo los médicos y enfermeros, sino también un gran número de educadores y cuidadores han prestado sus servicios asumiendo un gran riesgo personal. Y todo ello sin olvidar la movilización general. En la ciudad de Bérgamo (al igual que en otras ciudades) se instalaron en diez días hospitales de campaña en los pabellones de ferias, y para lograrlo se movilizó a un ingente número de voluntarios que trabajaron día y noche de forma gratuita. La gestión quedó en gran medida en manos de médicos y enfermeros procedentes de ONG, mientras que la financiación se apoyó en las donaciones. Sin salir de Bérgamo, en pocos días organizamos el equipamiento de tres hoteles con más de trescientas camas, en los que se ha acogido a los pacientes que, una vez estabilizados, dejaban los hospitales con el fin de liberar camas en los distintos servicios. En estos hoteles, nuestras cooperativas sociales se ocupan de la asistencia a los pacientes. Ha sido un esfuerzo enorme, pero es un servicio importante.

 

¿Y qué no ha funcionado?

Las cosas que no han funcionado se sitúan sobre todo en los niveles institucionales, que no han sido capaces de tomar decisiones oportunas y claras ni de planificar y actuar en esta emergencia con una unidad de acción, de forma que ha habido decisiones contradictorias entre las administraciones locales, regionales y nacionales. Ha sido una burocracia demasiado preocupada por afirmar su propia esfera de poder y eludir unas responsabilidades que, en demasiados casos, se han trasladado a los operadores. En diversos grados, esto lo hemos visto en general no solo en Italia y en Bérgamo, sino un poco también en todos los países occidentales. 

 

¿Cómo se explica este comportamiento por parte de los diferentes niveles de administración?

Creo que se ha subestimado de manera general lo que ocurría en China, un poco como si los occidentales nos sintiéramos superiores por contar con un sistema de atención sanitaria avanzado, con altas tecnologías y hospitales de última generación. Es como si en la mente de demasiados dirigentes, pero también de líderes empresariales y ciudadanos, existiera la convicción de que el estilo de vida occidental y la presunción de poder contar con hospitales e instalaciones sanitarias de alto nivel nos protegerían. En los primeros días, tras el brote de la epidemia en Lombardía, se ridiculizaba a los que lanzaban señales de alarma preocupantes. Quizá la frase más emblemática de este sentimiento de «superioridad» pueda encontrarse en la famosa declaración de un presidente regional italiano que, al acusar a «los chinos de cuidar poco la higiene personal y comer ratones vivos», expresó un pensamiento demasiado extendido en todas las capas de la población occidental. De un modo u otro, esta actitud ha perdurado hasta hace pocos días entre otros líderes políticos de Europa y del resto del mundo. Los hospitales, que ofrecen servicios sanitarios extraordinarios e innovadores, como trasplantes múltiples de órganos y terapias oncológicas de vanguardia, han resultado ser muy frágiles y corren riesgo de colapso por una epidemia viral, que podría haberse contenido mejor manteniéndola lo más lejos posible de los hospitales. De hecho, al menos en Bérgamo, los centros hospitalarios han sido, a su pesar, centros de propagación de la epidemia. 

 

¿Qué opina de las medidas adoptadas a nivel europeo?

Me sitúo entre los que piensan que la Unión Europea y sus instituciones han hecho mucho en este período, aunque con los problemas y contradicciones que nos son bien conocidos: desde la complejidad de los mecanismos de toma de decisiones hasta la excesiva estrechez de miras de los Estados miembros. Me parece que, en el transcurso de un mes, la Comisión Europea y el Parlamento Europeo han tomado decisiones importantes y están poniendo en marcha medidas económicas que nunca antes se habían adoptado. Lo que se desprende es que, por muy fundamental que sea la economía y por muy importantes que sean las medidas económicas que se adopten, tanto para afrontar la emergencia como para retomar la actividad en cuanto aquella disminuya, lo que aún no tiene Europa es la posibilidad de intervenir con instrumentos, herramientas y competencias en otros sectores más allá de la reglamentación del mercado y la económica. 

 

Entonces, ¿necesitamos una Europa más unida?

Resulta evidente que necesitamos todavía más a Europa. Es como si un día estuviéramos gravemente enfermos y alguien solo pudiera ayudarnos dándonos dinero o permitiéndonos correr al hospital, pero en cambio no pudiera de ninguna manera cuidarnos o protegernos directamente. Todos sabemos que, para curarse, el dinero es importante, pero, si te lo dan y estás en un desierto, es seguro que el dinero no puede curarte. Creo que la enorme crisis provocada por la epidemia nos enseña que, si de verdad queremos una Unión Europea, tendremos que ser capaces de recorrer un largo camino mucho más allá del mercado único y de la unión bancaria y monetaria para avanzar realmente hacia una Unión de Estados con políticas continentales coordinadas y unificadas.


¿Cómo podemos ser útiles todos nosotros y qué ayudas se necesitan?

Lo que podemos hacer es seguir invirtiendo en la construcción de un ideal de Europa unida, promoviendo la cultura de la solidaridad y la integración, tratando de contrarrestar los egoísmos y el repliegue, porque cada vez resulta más evidente que nadie se salvará por sí solo y que la dramática alternativa a la solidaridad y a la puesta en común mutua y recíproca de una «Comunidad de destino» de la humanidad y de Europa será una caída degradante y desesperada hacia el infierno de nuevas guerras. 


¿Ha percibido un sentimiento de solidaridad hacia Italia?

Hemos sentido una gran solidaridad de las redes de relaciones sociales; por ejemplo, por medio de las organizaciones de la economía social hemos recibido testimonios significativos de afecto y cercanía de amigos e instituciones de muchos países. Los colegas del CESE también me han enviado valiosos mensajes de apoyo. No obstante, es una lástima escuchar a veces las opiniones despectivas y negativas de algunos políticos de Estados europeos, que no han perdido tiempo para criticar a Italia y seguir aplicando políticas egoístas y obtusas, sobre todo respecto del papel potencial de la Unión Europea... pero, por desgracia, esto no es diferente de lo que hacen muchos políticos italianos, que solo son capaces de criticar o de instrumentalizar esta situación de crisis por oportunismo político y para intentar obtener el apoyo fácil de una población asustada y desorientada. Por lo tanto, diría que también en este caso existen, por un lado, una Europa y una humanidad solidarias y resistentes, capaces de ayudarse y construir, y, por otro lado, los chacales y los oportunistas que intentan de forma mezquina aprovechar las situaciones de crisis y de guerra en su propio beneficio. (mp)