por Adam Rogalewski

El brote de coronavirus (COVID-19) modificará profundamente nuestras vidas y cambiará también nuestros países, economías y sociedades. Ya nos ha hecho cobrar conciencia de cuán vulnerables somos, pese a las enormes mejoras que nuestras condiciones de vida han ido experimentando con el paso de los años y los avances tecnológicos, incluidas la digitalización y la inteligencia artificial. Obligados a permanecer confinados en nuestros hogares, también nos hemos dado cuenta de lo importantes que son otras personas y la sociedad en nuestras vidas cotidianas. La crisis del coronavirus invalida sin lugar a dudas el discurso neoliberal de que no existe nada que pueda denominarse sociedad. En tiempos de crisis como en los que nos hallamos inmersos, es la sociedad, o en otras palabras, la solidaridad entre los ciudadanos, la que puede protegernos de los efectos del virus.

La pandemia ha cambiado nuestra perspectiva sobre el trabajo. Nos hemos percatado de que algunos trabajadores y profesiones que previamente percibíamos como menos importantes son, en realidad, fundamentales para el funcionamiento de nuestras economías. Estos incluyen no solo a los profesionales de la salud, que están poniendo sus vidas en peligro y trabajan día y noche para prestar asistencia sanitaria, y a los cuidadores que se ocupan de las personas mayores, sino también a los llamados trabajadores menos cualificados de los comercios de alimentación, los conductores, los limpiadores y los trabajadores agrícolas, que nos proporcionan bienes y servicios esenciales. Muchos de ellos son migrantes, que han sido considerados una carga para las sociedades y utilizados como chivos expiatorios en muchos países y por muchos partidos populistas. Y, no obstante, hemos aprendido que sin ellos nuestras sociedades no hubieran sido capaces de gestionar la pandemia.

El brote de coronavirus ha eliminado las diferencias entre trabajadores convencionales, trabajadores atípicos y trabajadores autónomos. Hemos sido capaces de entender que todos los tipos de trabajo son esenciales y que todos los trabajadores, incluidos los pequeños empresarios, contribuyen a nuestras economías y necesitan por igual el apoyo del Estado.

Y es esta intervención del Estado, que es capaz de proteger a los trabajadores y los empresarios, la que desempeña un papel fundamental para hacer frente a la pandemia. Más que nunca necesitamos un Estado fuerte y sometido a un control democrático, que pueda prestar servicios públicos y proteger la economía. Debe enfatizarse la importancia de contar con un Estado y unos gobiernos sujetos a un control democrático, a fin de evitar situaciones como la de Hungría, donde las medidas adoptadas recientemente para establecer el estado de emergencia no pueden garantizar el respeto de los principios básicos de la democracia. La crisis también ha demostrado el papel clave de los interlocutores sociales a la hora de desarrollar políticas que permitan hacer frente al brote de coronavirus. Desafortunadamente, en mi propio país, los diputados parecieron olvidarlo cuando hace poco aprobaron una ley que introduce reglamentaciones que no guardan relación con la pandemia sino que tienen por objeto restringir el papel del diálogo social y la independencia de los interlocutores sociales.

La crisis del coronavirus ha hecho a la UE más receptiva a las necesidades de la gente. Por ejemplo, hace unos días la Comisión ha propuesto un instrumento con una dotación de 100 000 millones de euros para apoyar modalidades de trabajo a corto plazo y mitigar los riesgos de desempleo (SURE). No obstante, existe el peligro de que los intereses individuales de los Estados miembros prevalezcan sobre la solidaridad de la UE. Esta solidaridad es particularmente importante para los países con economías y redes de seguridad social menos avanzadas, que necesitarán un mayor apoyo económico.

Como se afirma más arriba, el brote de coronavirus nos ha permitido reconsiderar el valor de nuestras sociedades y economías, y el de las instituciones de la UE, algo que de otra manera no hubiera sido posible. Hemos reconocido la importancia de cada trabajador, incluso de aquellos que se perciben como menos cualificados, la importancia de la sociedad frente a las ideologías individualistas neoliberales, la importancia de invertir en el sector público y, por último, el papel fundamental de la democracia y el diálogo social. Creo firmemente que no olvidaremos las lecciones aprendidas en esta crisis y que vamos a construir un futuro más prometedor después del coronavirus, un futuro que haga de Europa y el mundo un lugar mejor para todas las personas.